Hace algún tiempo, un amigo –con un par de cervezas de
por medio– se quejaba amargamente sobre la situación de su matrimonio, llegando
incluso a pedirme consejo al respecto (no sé por qué suelo recibir solicitudes
de consejo en estos casos, considerando mi ya aparentemente permanente
condición de soltero/separado/abandonado; en fin… tema para otra columna). Al
prolongarse la situación, y luego de un par de respuestas automáticas y
fallidas, me atreví a sugerirle que considere la posibilidad del divorcio. Recuerdo
con claridad su respuesta.
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