Hace algún tiempo, un amigo –con un par de cervezas de
por medio– se quejaba amargamente sobre la situación de su matrimonio, llegando
incluso a pedirme consejo al respecto (no sé por qué suelo recibir solicitudes
de consejo en estos casos, considerando mi ya aparentemente permanente
condición de soltero/separado/abandonado; en fin… tema para otra columna). Al
prolongarse la situación, y luego de un par de respuestas automáticas y
fallidas, me atreví a sugerirle que considere la posibilidad del divorcio. Recuerdo
con claridad su respuesta.
–
¡Noooo! Imposible. Algunas cosas están a mi nombre, otras a nombre de mi mujer, aunque la mayoría las pagamos juntos. Y algunas otras cosas ya están incluso a nombre de los chicos. El divorcio sería un caos para todos. No hay otra que seguir adelante.
¡Noooo! Imposible. Algunas cosas están a mi nombre, otras a nombre de mi mujer, aunque la mayoría las pagamos juntos. Y algunas otras cosas ya están incluso a nombre de los chicos. El divorcio sería un caos para todos. No hay otra que seguir adelante.
Palabras más, palabras menos, esa fue su respuesta. Y a mí
me pareció bien, sobre todo porque nos permitió cambiar de tema (para hablar de
fútbol, supongo). Sin embargo, luego me di cuenta del potencial de la anécdota,
y suelo usarla como ejemplo en mis clases de integración económica.
Y es que cuando el nivel de integración –ya sea de
personas o de países– es alto, con intereses comunes, con empresas (o hijos) fuertemente
dependientes de esa integración, y con perspectivas futuras expuestas también al
bienestar del proceso integracionista… el divorcio es muy difícil. No
imposible, pero su realización suele dejar secuelas dolorosas.
Y creo que eso es lo que sucede con el BREXIT. Se tomó la
decisión del divorcio en un momento de ánimos caldeados (la película BREXIT, del
año 2019, dirigida por Toby Haynes y protagonizada por Benedict Cumberbatch,
expone con bastante claridad este tema), y luego el peso de la palabra empeñada
fue muy grande como para echarse para atrás (pues sí, en otros países el
resultado de los referendos se respeta, pase lo que pase).
Aún se especula sobre qué fue lo que impulsó el divorcio
en una relación de 47 años, que aparentaba ir bien, por lo menos vista de
afuera. Se apunta al descontento de ciertas regiones que no sentían haber sido
favorecidas por la pertenencia a la UE, al ingreso de varios países de Europa
oriental, que rompieron el equilibrio que se tenía antes, e incluso a cierto
manejo político del tema, sin un deseo real de abandonar la UE, pero agitando
esa bandera. Consideraciones políticas aparte, podría tratarse sobre todo de
una consecuencia del software de la empresa Cambridge Analytica, utilizado
en la campaña pro-BREXIT. No hay consenso al respecto.
En los hechos, el BREXIT se hará efectivo recién a fines
del 2020. Mientras tanto, el Reino Unido sigue teniendo una Unión Aduanera con
la UE (arancel cero con todos sus miembros y un arancel externo común), y continúa
siendo parte del Mercado Común Europeo (libre circulación de factores de
producción, mano de obra incluida). Es decir, la pareja llegó a un divorcio que
se formalizará a fin de año, pero mientras tanto, siguen viviendo juntos, y gozando
de las mieles de la vida en común. Nada mal.
El tiempo parece corto para que la generación nacida
dentro de la UE y que ahora deberá aprender a vivir fuera de ella (el segmento
contrario al BREXIT más fácil de identificar) logre cambiar la situación, pero
es fácil imaginar que en algún momento habrá voces que pidan anular el BREXIT,
o más adelante, soliciten su retorno a la UE. El tiempo dirá si la alegría o el
desengaño por la recobrada independencia pesará más. También se deberá esperar
la reacción de Gales (o de Irlanda del norte), que en algún momento amenazó
convocar a su propio referéndum para abandonar el Reino Unido y volver a la UE.
Como decía el Periódico inglés The Guardian hace poco: Las
emociones mezcladas del día del BREXIT muestran que el Reino Unido aún no está
a gusto consigo mismo.
¿Y Bolivia? ¿Puede sacar alguna lección de toto esto?
Siguiendo con el tenor de esta columna, Bolivia hace años
decidió vivir en soledad, y eso no es bueno. Nuestro país restringió notoriamente
sus lazos comerciales en sus años de devaneos socialistas del siglo XXI, manteniendo
como socios solo a aquellos que compartían ideología, mientras daba la espalda
a los mercados más grandes. Algo así como salir solamente con la prima, sin prestar
atención a las féminas más allá del círculo familiar. Si bien en la
adolescencia los enamoramientos entre primos suelen ser habituales, con el
pasar de los años quedan solo como un bonito recuerdo. Lo contrario debería requerir
ayuda profesional, supongo, y esa es la senda que Bolivia transitaba.
Hace poco, se dejó oficialmente
de frecuentar a nuestra barbuda prima caribeña (que hace mucho pasó sus mejores
años, además), y está todavía a tiempo de buscar la felicidad por otros lares.
Debería mirar a Europa, EE.UU. y Asia. Quizá no se encontrarán primas guapas,
pero sí mercados, grandes mercados, imprescindibles para el desarrollo de la
industria y la economía nacional en el futuro inmediato.
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