Hace algunos días el presidente de EE.UU. declaró que para que los mexicanos paguen por el muro que sueña construir entre ambos países, elevaría los aranceles a las importaciones de su vecino del sur.
Un
arancel no es más que el impuesto con que un país grava a las importaciones que
sus empresas realizan. Entonces, si en EE.UU. se aplican mayores aranceles a
las compras de México, quienes paguen ese arancel serán los importadores
estadounidenses, que incrementarán el precio de venta de los productos
importados en un porcentaje que les permita compensar el arancel pagado.
Esto
abre dos escenarios posibles: Uno, que el mercado acepte ese sobreprecio y
quien acabe pagando el arancel sea el consumidor estadounidense. Dos: Que el
mercado no acepte el incremento en el precio del bien importado, y que las
empresas dejen de comprarlo, o busquen proveedores de otro país. En ningún caso
los mexicanos terminan aportando ni un centavo para financiar el tan mentado muro.
Ya
en nuestro hemisferio, hace unos meses una alta autoridad estatal boliviana
declaró que el alza de los aranceles en el país era parte de la lucha contra el
contrabando.
Razonemos:
El contrabando es el ingreso de mercadería al país sin declarar la operación
ante la Aduana. Este ilícito aduanero se realiza sobre todo para evitar el pago
de impuestos a la importación, entre los cuales se encuentra, obviamente, el
arancel. Entonces, si se intenta evadir un arancel x; al subir ese arancel en algún porcentaje, quien antes intentaba
evitar su pago ¿decidirá ahora pagar un monto mayor? Está claro que no.
En
los hechos, y volviendo al caso norteamericano, lo más probable es que un
incremento arbitrario y unilateral de los aranceles, origine una reacción similar
del país afectado, lo que daría como resultado la disminución del comercio
entre ambos países.
Este
resultado parecería ser negativo para las dos partes involucradas, pues como
dijo en el Foro Económico Mundial de Davos el presidente chino Xi Jinping ante
una amenaza de EE.UU. al respecto: Nadie
saldrá victorioso de una guerra comercial. No es un detalle menor que quien
haya hecho tal afirmación sea el líder del país comunista más poderoso del
mundo (parecería que el tema arancelario y comercial no depende de ideología
política alguna).
Retomando
el caso boliviano, parece lógico que a mayor arancel, mayor sea la tentación de
no declarar la operación e internarla de contrabando, lo cual debe ser muy
tomado en cuenta en un país como el nuestro en que la lucha contra este delito
es particularmente difícil por razones que se podrán explicar en otro momento.
Si
los aranceles no son de utilidad en los casos mencionados, entonces, ¿para qué
sirven? La teoría del comercio internacional nos dice que los aranceles se
establecen o incrementan por dos razones básicas: Protección o recaudación.
Cuando
se quiere proteger a un sector industrial nacional, se gravan con altos
aranceles a su competencia extranjera, a fin de que su precio de venta final
sea más alto, alentando así las compras nacionales. Sin embargo, se corre el
riesgo de proteger a una industria no competitiva.
Si
se desea aumentar la recaudación, se debe tener cuidado de que el aumento de
aranceles no provoque la disminución de las cantidades importadas del bien en
cuestión, lo que originaría una menor recaudación.
Además,
en ambos casos el contrabando puede surgir como una opción cómoda para evitar
el pago de los aranceles altos, lo que ocasionaría además el no cobro del IVA y
de otros impuestos que se aplican a ciertos productos, como el ICE y el IEHD.
Si
se pudiese sacar una conclusión de estos ejemplos, diríamos que el tema
arancelario debe ser tratado con cuidado y considerando todas las posibles
consecuencias de su incremento, y no por simple intuición ni buenos (o malos)
deseos.
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